Rendirse al estereotipo (o no)

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Por Anama Narváez

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Pintura de Karl August Büchel (1914, Museo del Teatro de Londres) en la que aparece el actor Sir Herbert Beerbohm Tree (1853-1917) en su papel de Shylock.

Comencé la lectura de la obra siendo consciente de en qué marco histórico Shakespeare la había escrito, e intenté no olvidarlo en ningún momento: una época (como casi todas en Europa) antisemita, racista. Hay que entender siempre las cosas en su contexto para poder apreciarlas en su totalidad y juzgarlas apropiadamente.

“Si toda la sociedad tiene una mentalidad concreta fuertemente definida, seguramente tú también la tendrás, por mucho Shakespeare que seas. Entiéndelo, Ana, entiéndelo.” Y aun así, a pesar de repetírmelo a mí misma durante toda la lectura, no lo entendí.

Lo que más me ha llamado la atención de toda la obra (y ha empañado un poco todo lo demás) es la fuerza con la que el autor arremete contra Shylock, la encarnación del estereotipo que se resiste incluso ahora, más de 500 años después, a abandonarnos: el judío avaro e interesado que ni en las peores situaciones puede sacar a relucir un poco de humanidad. El mercader de Venecia nos presenta una historia incómoda, en la que no podemos evitar posicionarnos del lado de Antonio y Basanio. Los tenemos por un lado a ellos dos, valientes, desinteresados, con una amistad que va más allá de cualquier obstáculo; enfrentados al judío, que prefiere como pago a su préstamo una libra de carne que su dinero triplicado. Y aun así, no pude evitar en ningún momento sentir simpatía por él, por un personaje tan plano y tan predecible que, sin embargo, se lamenta de su suerte en uno de los momentos más citados de la obra con su célebre frase:

«[Antonio] me deshonra y me fastidia medio millón, se ríe de mis pérdidas, se burla de mis ganancias, se mofa de mi pueblo, me estropea los negocios, enfría a mis amigos, calienta a mis enemigos. ¿Y por qué? Soy judío. […] Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ofendéis, ¿no vamos a vengarnos? Si en lo demás somos como vosotros, también lo seremos en esto».

Pero el mismo Shakespeare que defiende a Shylock y que nos hace ponernos en su piel, no tarda mucho en hacer que se nos olviden tan nobles palabras. Cuando Yésica (Jessica en otras ediciones) se fuga con las joyas y el dinero de su padre, podemos ver lo peor del personaje. Un padre que se lamenta no por la perdida de su hija, sino por la de su fortuna:

«Dos mil ducados, y otras joyas valiosas, valiosísimas. ¡Ojalá viera a mi hija muerta a mis pies, con las joyas en las orejas! ¡Ojalá la viera en su ataúd, y los ducados dentro! Y de ellos no hay noticia, ¿eh? ¡Con lo que va gastado en la busca! ¡Ay, tú, perdida tras pérdida!».

O, en esta otra cita, porque Yésica esté con un cristiano:

«¡Mi hija! ¡Ay, mis ducados! ¡Ay, mi hija! ¡Irse con un cristiano! ¡Ay, mis ducados cristianos! ¡Justicia y ley! ¡Mis ducados y mi hija! ¡Una bolsa, dos bolsas llenas de ducados, de ducados dobles, robados por mi hija! ¡Y joyas! ¡Dos gemas! ¡Dos grandes piedras preciosas robadas por mi hija! ¡Justicia! ¡Buscadla, que lleva los ducados y las joyas!».

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Imagen de Yésica del artista Luke Fildes (1896, The Graphic Gallery of Shakespeare’s Heroines).

En Yésica tenemos la antítesis de Shylock. Es judía, sí, pero es una heroína, una mujer inteligente que no se deja guiar por las convenciones de su tiempo y se fuga con su amor. Escapa de su padre judío para correr a la conversión al cristianismo. Deja de ser judía. Por eso la aceptamos y disculpamos su robo y su huida.

Desde mi punto de vista, es una pena que Shylock esté tan sujeto a estereotipos y prejuicios; habría disfrutado mucho más el libro teniendo a alguien más “humano” o más real en su lugar. Con Antonio, al contrario, Shakespeare demuestra que es capaz de crear personajes complejos; es por un lado una persona con valores irreprochables que está dispuesta a darlo todo por su amigo, por el otro un hombre racista que desprecia al judío como a un inferior, y que está dispuesto a llegar a una muerte muy probable (y aquí ya entra mi opinión más subjetiva) sólo para demostrar su superioridad moral.

Habiendo dicho ya todo lo que pienso de la impresión general que me causó El mercader de Venecia, me gustaría resaltar también en papel de Porcia. Una mujer notable que no pasa en ningún momento desapercibida, (por una vez, y eso que estamos en el año 1600) gracias a su astucia y no a su belleza. Es ella la que soluciona todo, sin su atrevimiento la salvación no habría sido posible. A pesar de que su vida y su destino siguen el camino que dejó marcado su difunto padre, se las ingenia para manejar su futuro a su voluntad. Para mí fue como una corriente de aire fresco en lo que, por lo demás, es una obra de teatro con ideales rancios e incómodos.

5 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Vale Martins dice:

    Qué interesante Anama tu reflexión! A veces uno cree que ya todo se ha dicho o pensado de los clásicos pero siempre hay tela para cortar. Me gustó la manera objetiva con la que analizas el texto. Y qué bueno tu rescate de la figura de las mujeres de la obra.
    Muchas gracias!

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    1. Anama dice:

      Muchas gracias =)
      Si no nos ponemos las mujeres a rescatar a las mujeres, ¿quién? jaja tú lo hiciste antes y me gustó mucho también!

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  2. josesscc dice:

    Gracias Anama. Qué caña le das a la obra, jaja. Sí, es verdad que la obra es hija de su época, por lo de los estereotipos y demás. Aunque me uno -con Vale- a esa ruptura del concepto machista de la mujer en el «El Mercader de Venecia». Yo, contrariamente, creo que Shylock es el personaje más elaborado en esta obra. Dejémonos confundir por Shakespeare 🙂 , al fin y al cabo es Shakespeare.

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    1. Anama dice:

      Jaja me daba un poco de miedo criticarla tanto, pero para eso estamos aquí, ¿no? 🙂
      Es cierto que Shylock puede cambiar mucho dependiendo de desde dónde se quiera ver.
      ¡Un saludo!

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  3. Vale Martins dice:

    Qué bueno poder compartir nuestras apreciaciones! A mí me enriquece mucho! Gracias José y Anama! Un abrazo a la distancia y nos seguimos leyendo.

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